Carolina Roldán, la pareja de Walter Leyva, recuerda el violento episodio. La Policía insiste en que la banda está identificada, pero en la fiscalía dicen que faltan pruebas.
Las noches, los días, las horas pasan y la escena sigue allí grabada en su mente. La secuencia se repite constantemente. La oscuridad, la calle, la patota, los disparos, los gritos, las aceleradas, la sangre, su novio tirado agonizando, un hilo de vida. Un hilo que se corta. Luego, la muerte. La absurda, cruel e irreparable muerte.
Luego, sobrevienen la bronca, la desesperación, la angustia, un dolor infinito. Y, otra vez, la escena vuelve a pasar por su cabeza. La secuencia se repite una y otra vez. El espanto quedó grabado.
?Teníamos un proyecto de vida en común. Teníamos sueños. Hacía tres años que estábamos juntos y queríamos construir una casa. Iba a ser nuestra. De hecho, esa noche habíamos ido a ver la zona y decidimos volver por otra calle de las que siempre tomábamos. Y nos topamos con esos tipos? Walter me dijo: ?Son choritos?? Todo pasó tan rápido, tan rápido??.
Carolina Roldán se siente destruida.
No hace falta preguntarle demasiado. Las escenas siguen en su mente. Y ella necesita contarlo. Sacar todo, aunque el llanto la quiebre y la obligue a parar.
Hace cuatro días que sus sueños se pulverizaron. Su pareja, su novio, su compañero, no está más. Walter Daniel Leyva fue asesinado de un balazo en la cabeza. Le tiraron desde atrás. Ella iba con él. Allí, atrás, en la moto.
El destino los puso en el lugar y en el momento equivocados: de vuelta al hogar se toparon con un asalto callejero frente a una lomitería.
El salvaje asesinato, encuadrado en una violenta ola delictiva sin freno, sucedió el pasado sábado a la noche en barrio José Hernández, franja sur de la ciudad de Córdoba.
A cuatro días del salvaje asesinato, los criminales siguen libres.
La Policía dice que los tiene identificados y que va a detenerlos. Señala que los sospechosos son al menos tres veinteañeros y especula que habrían estado drogados. Nadie logra explicar tanta violencia exacerbada.
En la fiscalía de Tomás Casas, parecieran no estar convencidos de las pruebas y no emiten las órdenes de captura.
Hay un demorado. Tiene 59 años. Es remisero trucho, vivía en Arroyito y está limpio de antecedentes. Manejaba un VW Gol Trend blanco adjudicado a la patota. Según la Policía, ese hombre ?ya admitió? haber estado en ?el hecho?. Esa supuesta confesión no tiene validez ante la ley.
Desde la investigación se señala que ese hombre, Dardo Ramírez, habría sido quien manejaba el coche de la banda.
En la fiscalía de Tomás Casas, sin embargo, no lo imputan por el caso en sí. La única acusación es resistencia a la autoridad: el hombre se habría resistido a un control policial el domingo cuando llevaba a una familia.
Las imágenes del espanto sobrevuelan a Carolina Roldán.
La mujer reclama que los asesinos caigan presos y sean condenados. ?No hay forma de explicar y de entender esto. ¿Por qué hicieron esto? ¿Por qué lo mataron? Destruyeron a una familia, a sus tres hijos, a mí, a todos. Tengo mucha bronca, mucha impotencia, mucha, mucha bronca. No es justo lo que hicieron. No es justo que lo hayan matado?, repite la mujer.
?Tienen que atraparlos. Tienen que condenarlos y que no salgan más de la cárcel?, agrega antes de que el llanto la abrume.
La noche del lunes la encontró marchando junto a la familia y amigos de Walter en reclamo de justicia por las calles de la barriada donde pasó todo.
En la protesta hubo carteles, pancartas, fotos de la víctima y críticas a la inseguridad.
El dolor, la indignación y la bronca persisten en la zona.
Familiares y amigos de Walter Leyva realizaron una marcha en reclamo de justicia.
Eran las 22 del pasado sábado, cuando Walter y Carolina volvían en moto a su hogar en barrio Jardín del Pilar. Habían estado con la familia de ella celebrando el Día del Trabajador. Él se ganaba la vida como guardia de seguridad en edificios; ella es peluquera. Sabían de la inseguridad, pero no la habían padecido.
Siempre tomaban otro camino al volver. El sábado, sin embargo, se desviaron para ver el terreno donde pensaban edificar.
El espanto los esperaba al 2900 de calle Azul, en barrio José Hernández. Faltaban cinco cuadras para casa.
De pronto, en medio de la calle y la noche, la pareja se topó con tres delincuentes armados que asaltaban a un repartidor en moto.
El delivery acababa de salir de una lomitería para entregar un pedido. Los ladrones, uno de ellos con pistola, se habían bajado de un VW Gol Trend blanco, donde esperaba un cuarto cómplice.
Sucedió en segundos. ?Ellos estaban asaltando a ese muchacho y nosotros nos convertíamos en testigos. Walter me dijo: ?Son choritos?. Fue lo último que me dijo. No tuvo tiempo de frenar. Todo pasó en milésimas de segundo. Cuando quisimos reaccionar, teníamos a dos sujetos adelante. Él aceleró y quiso pasar y chocó a uno. Como la moto empezó a zigzaguear, yo casi me caigo y por eso me agaché?, cuenta la mujer.
La escena está grabada en su mente.
?El tercero de los ladrones levantó el arma y, desde atrás, le disparó a Walter. Le pegó en la cabeza, en el parietal, desde atrás. Los dos caímos a los cinco metros?, relata. El estruendo despertó al vecindario.
Carolina cuenta que se quedó inmóvil sobre el pavimento, bajo la moto. Walter agonizaba a su lado.
De pronto, sintió unos pasos. Era uno de los delincuentes que se acercaba. Miró y se marchó rápido. A Walter no le robaron la moto. Al delivery sí.
Se sabe que, un rato antes de todo esto, la misma pandilla había asaltado a otros pibes que arreglaban una moto en la zona.
La dueña de la lomitería salió a ver.
?¡Metete adentro!?, gritó quien parecía comandar el grupo y le disparó a quemarropa. El balazo rebotó en el suelo y dio en un brazo de la mujer.
Carolina recuerda cómo, cuando estaba tirada y paralizada sobre la calle, arrancó a fondo el auto con los ladrones a bordo. Luego, sobrevino el silencio. Un silencio que se interrumpió cuando los vecinos salieron a ver qué había pasado.
El espanto sigue grabado. Los recuerdos y las escenas aparecen y se superponen: los patrulleros que llegan, la ambulancia, los médicos, los gritos, Walter en la camilla, la máscara de oxígeno, las llamadas por celular a los familiares que no entienden qué pasó, el hospital, los médicos, los llantos, la muerte. La irremediable muerte.
Entonces, vuelven el dolor, la angustia, la bronca.
?Vamos a pedir el máximo castigo para esos asesinos. Fue un hecho tremendo. Esos criminales actuaron con alevosía?, lanza el abogado Carlos Nayi, quien representa legalmente ahora a la familia de Leyva.
?Espero justicia, quiero justicia, quiero que paguen por lo que hicieron, por la vida que destruyeron. Por la familia que destruyeron?, agrega Carolina.
No tiene más para decir.
La voz del Interior 6-5-21